lunes, febrero 07, 2011

El Sistema Tributario, Moral y Economía

El tema fiscal, es un tema que atañe a todos, aún a los que supuestamente no pagan impuestos, cobra relevancia ya que afecta no sólo nuestros bolsillos, también la forma que tenemos de hacer negocios pero sobre todo, afecta las posibilidades de crecimiento del país.

Acabo de leer un magnífico libro cuyo título es “The Income Tax: Root of all Evil” (El Impuesto sobre la Renta: Raíz de Todo Mal” de Frank Chodorov, por cierto difícil de conseguir, y del que tomo algunas ideas para escribir aquí una serie de post sobre este tema, son limitarme a el impuesto sobre la renta, es decir considerando otro tipo de impuestos como los indirectos IVA, IEPES, etc.


La Cuestión Moral

La Enciclopedia Británica define el sistema tributario como “la parte de los ingresos de un estado que se obtiene por cuotas y cargas obligatorias a sus sujetos”. Es casi tan adecuada y concisa como puede ser una definición: no deja espacio para discutir qué es un sistema tributario. En esa exposición de los hechos, domina la palabra “obligatorias”, sencillamente por su contenido ético. La reacción inmediata es preguntarse el “derecho” del Estado a este uso del poder. ¿Qué permiso, en términos morales, aduce el Estado para apoderarse de propiedades?

En esta cuestión de la moralidad hay dos posiciones antagónicas que nunca pueden reconciliarse. Por una parte están aquéllos que sostienen que las instituciones políticas provienen de la “naturaleza del hombre”, de su propensión a vivir en sociedad, disfrutando así de una divinidad indirecta, también se tiene aquéllos que consideran al Estado como la piedra angular de la integración social, para éstos, no encuentran ningún problema en el sistema tributario per se: la toma de propiedades por el Estado se justifica por su existencia o sus resultados supuestamente benéficos. Por el contrario, quienes sostienen la primacía del individuo, cuya misma existencia es su justificación de derechos inalienables, se inclina por la postura de que en la obtención obligada de cuotas y cargas el Estado está meramente ejerciendo su poder, sin consideraciones morales.

Mi postura, y lo que aquí escribo parte de esta última visión y es, por supuesto tan parcial como la postura opuesta igualmente no probada de que el Estado es una institución natural o socialmente necesaria. La objetividad completa desaparece cuando un postulado ético es la premisa mayor de un argumento, y una discusión sobre la naturaleza del sistema tributario no puede excluir los valores.

Si asumimos que el individuo tiene un indiscutible derecho a la vida, y que este derecho a la vida está por encima de cualquier otro valor; debemos conceder que tiene un derecho similar a disfrutar del fruto de su trabajo, todo el fruto de su trabajo, no sólo lo que el Estado le permita. A esto lo llamamos propiedad. El derecho absoluto de propiedad deriva del derecho original a la vida porque no tiene sentido el uno sin el otro: los medios de vida deben identificarse con la vida misma. Si el Estado tiene un derecho prioritario a los frutos de nuestro trabajo, y enfatizo, tiene más derecho a los frutos de nuestro trabajo que nosotros mismos, tiene más derecho a la propiedad que el propio individuo ya que puede utilizar la coerción y compulsión para acceder a su propiedad y quitársela. Si esto es así, el derecho a la existencia del Estado está en entredicho, moralmente es muy cuestionable. Aparte del hecho de que no puede establecerse dicho derecho prioritario, excepto declarando al Estado como autor de todos los derechos, nuestras inclinaciones (como demuestran nuestros esfuerzos por evitar pagar impuestos) son rechazar este concepto de prioridad. Nuestro instinto está en contra. Protestamos ante la apropiación de nuestra propiedad por una sociedad organizada igual que lo hacemos si una sola unidad de la sociedad realiza este acto. En el último caso, calificaremos sin dudar al acto como un robo, un malum per se. No es la ley la que en primera instancia define el robo, es un principio ético que la ley puede violar, pero no suplantar. Si por necesidades de la vida consentimos la fuerza de la ley, si por una larga costumbre perdemos de vista su inmoralidad, ¿se ha eliminado el principio? Un robo es un robo y ninguna cantidad de palabras puede hacer de él algo distinto.

Observemos los resultados del sistema tributario, los síntomas, para ver si se viola el principio de la propiedad privada y cómo. Para mayor evidencia, examinemos su técnica y tal y como sospechamos la intención de robar a partir de la posesión de herramientas eficaces, igualmente las encontraremos en la técnica del sistema tributario, una historia reveladora. La carga de esta crítica intransigente al sistema tributario será, por tanto, probar su inmoralidad por sus consecuencias y sus métodos.

A modo de introducción, podríamos fijarnos en el origen del sistema tributario, bajo la teoría de que los inicios determinan los finales y aquí encontramos un montón de injusticias. El estudio histórico de la fiscalidad lleva inevitablemente a botines, tributos, rescates, esto es, los propósitos económicos de las conquistas. Ya sean los romanos, los aztecas, los ingleses, los españoles, el tributo exigido a los pueblos sometidos era la razón de ser de la conquista.

Todo eso pasó, salvo que tengamos la temeridad de comparar esta antigua palabrería con reparaciones, extraterritorialidad, cargas para mantener ejércitos de ocupación, huidas con propiedades, toma de recursos naturales, control de vías de comercio y otras técnicas de conquista. Puede argüirse que aunque el sistema fiscal tuviera un principio tan desagradable podría haber rectificado y convertirse en algo ciudadano, decente y útil. Así que debemos aplicarnos a la teoría y práctica de la fiscalidad para probar que en realidad es el tipo de cosa arriba descrita.

Los Impuestos Indirectos

Primero, respecto de método de recaudación, los impuestos se dividen en dos categorías: directos e indirectos. Los impuestos indirectos se llaman así porque llegan al estado a través de recaudadores privados, mientras que los directos llegan sin intermediarios. Los primeros se asocian a bienes y servicios que paga el consumidor, como el IVA, los impuestos especiales como los de las gasolinas, cerveza, licores, tabaco y que se denomina en México IEPS. Los segundos, los directos, son principalmente demandas ante la acumulación de riqueza y la propiedad.

Empecemos con los impuestos indirectos que son ni más ni menos que el precio por un permiso para vivir. No se puede encontrar en el mercado una sola satisfacción a la que no estén asociados varios de estos impuestos, aunque se diga y se rediga que los alimentos y medicinas no tienen en México impuestos, esto es una mentira, alimentos y medicinas tienen que cosecharse, fabricarse, transportarse, distribuirse, etc., etc. hasta que llegan al consumidor final. Ocultos en el precio, nos vemos en la obligación de pagarlos o irnos sin ellos: Como irnos equivale a privarse del sentido de la vida o incluso de la propia vida, pagamos. La inevitabilidad de la existencia de esta carga se expresa en la asociación popular de que dos cosas son seguras en la vida de un hombre: la muerte y los impuestos. Y es esta característica la que atribuye los impuestos indirectos al estado, de forma que cuando examinamos los precios de los productos básicos nos asombramos de la desproporción entre el coste de producción y la carga para permitir su compra. Alguien ha estimado el número de impuestos que lleva un kilogramo de tortillas en más de veinte: obviamente algunos no le son atribuibles, porque sería imposible definir en cada tortilla su parte de impuestos sobre la escoba usada en la tortillería, el gas utilizado para cocinarla, el agua que se requiere en el proceso, o la gasolina utilizada por el camión que trae la masa, o de reparto. La cerveza es probablemente el ejemplo más notorio de la forma en que los productos se han convertido de satisfacciones en objetos de impuestos. El coste de fabricación de la cerveza es una pequeñísima fracción, no es ni un 10% de lo que el consumidor paga finalmente: el resto corresponde parcialmente a los costes de distribución, y comercialización pero la mayoría del dinero, esto es, el mayor coste que paga el consumidor va a mantener a los funcionarios de la ciudad, el condado, el estado y la nación. Va a mantener a los políticos, va a mantener a la burocracia.

No obstante esto, cuando se habla o escribe en los medios sobre el alto coste de la vida, de la merma que la gente tiene en su poder adquisitivo nunca se considera el principal componente del costo de producir todo: Los impuestos.

Debería también advertirse que aunque el problema del coste de la vida afecta principalmente a los pobres, es además en este segmento de la sociedad donde inciden más duramente los impuestos indirectos. Por más que el ex presidente Fox afirmara cuando promovía su “Reforma Fiscal”, que gravar con IVA alimentos y medicinas “Se los iba a regresar copeteada”, son los pobres los más dañados por estos impuestos. Es necesariamente así, es perversamente así, porque quienes están en los estratos de menos ingresos constituye la mayor porción de la sociedad que debe contar con la mayor parte del consumo y por tanto con la mayor parte de los impuestos. El estado reconoce este hecho al gravar bienes de uso más extendido. Un impuesto sobre alimentos, como se propone con la “Reforma Fiscal”, no importa lo pequeño que sea, comparativamente, recauda mucho más que un impuesto sobre los autos de lujo y es de mayor significación social y económica.

No es el volumen de la recaudación, ni la certidumbre de su cobro lo que da preeminencia a los impuestos indirectos en el esquema de apropiación del Estado. Su cualidad más recomendable es que son subrepticios. Es como si decir que toma mientras la víctima no mira. Quienes se esfuerzan por dar a los impuestos un carácter moral están en la obligación de explicar la preocupación por parte del Estado por esconder los impuestos en el precio de los bienes. ¿Hay en ello una confesión de culpabilidad? El IVA que es finalmente un impuesto a las ventas, y los otros impuestos indirectos son un precio por el permiso a vivir directo e inequívoco.

Simplemente por razón del método, no deliberadamente, la tasación indirecta genera un beneficio a los recaudadores privados y por esta razón difícilmente puede esperarse una oposición a los pagos por parte de los fabricantes o mercaderes. Cuando el impuesto se paga antes de la venta se convierte en un elemento de coste que debe añadirse a todos los demás costes al calcular el precio, por más que se diga que el IVA no es un impuesto en cascada. Como el beneficio esperado es un porcentaje del total, se aprecia que el propio impuesto se convierte en una fuente de ingresos, al menos por unos días en que se tiene que declarar al fisco lo recaudado, días suficientes para invertir, y ganar algo. Cuando la mercancía debe pasar por las manos de varios procesadores y distribuidores, los beneficios acumulados por el impuesto pueden ser tan altos como la cantidad recaudada por el Estado, o incluso mayores. El consumidor paga el impuesto más los beneficios compuestos. En este aspecto son particularmente notorios los pagos por aranceles aduaneros. Si seguimos la importación de cualquier producto no terminado, por ejemplo, lana de borrego, del importador al limpiador, el hilador, el tejedor, el acabador, el fabricante, el mayorista, el vendedor, cada uno añadiendo su parte al precio pagado por su predecesor, vemos que en el precio que pagamos por nuestro traje o vestido es mucho mayor más de lo que requiere el plan arancelario. Sólo este hecho ayuda a hacer a los mercaderes y fabricantes indiferentes al los males del proteccionismo.

El apoyo tácito a los impuestos indirectos deriva de otro subproducto. Cuando un desembolso considerable en impuestos es un prerrequisito para iniciar un negocio, las grandes acumulaciones de capital tienen una evidente ventaja competitiva y difícilmente podríamos esperar de estos capitalistas que defiendan una rebaja en los impuestos. Cualquier granjero puede fabricar cerveza, mezcal o tequila y muchos lo hacen, pero la inversión necesaria en timbres fiscales y distintas tasas de licencia hacen que apertura de una destilería y la organización de agencias de distribución sea un negocio sólo para grandes capitales. Los impuestos han obligado a las agradables cantinas de propiedad individual a dar paso al bar de lujo bajo hipoteca a la cervecera o la destilería. Análogamente, la fabricación de cigarrillos, o de puros (cigarros) se ha concentrado en las manos de unas pocas corporaciones gigantescas con la ayuda de nuestro sistema fiscal: Más de tres cuartas partes del precio de venta de un paquete de cigarrillos son una recarga por impuestos. Realmente sería extraños que esos intereses fueran a oponerse a los impuestos indirectos (lo que nunca harán), así que el consumidor desinformado, sin voz y desorganizado se ve forzado a pagar el precio superior generado por la competencia limitada.

Si bien todos los impuestos son motivo de desaliento a la producción, y sobre todo, para la gente pobre, al obligarlos a pagar todo a un mayor precio, los impuestos indirectos lo son en el mayor grado aunque esto no sea tan obvio. El nivel de producción de una nación viene determinado por el poder de compra de sus ciudadanos y en la medida en que este poder viene minado por los gravámenes, el nivel de la producción se reduce proporcionalmente. Es un silogismo estúpido y perfectamente indecente mantener que lo que recauda el Estado lo gasta y que por tanto no hay rebaja en el poder total de compra. Los ladrones también gastan su botín con mucha más generosidad que los verdaderos propietarios y basándose en el gasto podríamos hacer una defensa del valor social del robo. Es la producción, no el gasto, lo que engendra producción. Sólo mediante la aportación de contribuciones comercializables, voluntarias, que satisfacen los deseos y necesidades de la gente se suman al fondo general de riqueza de un país y con él se aceleran los engranajes de la industria, del comercio, la generación de empleos y el mejoramiento material de todos los ciudadanos. Por el contrario, toda deducción de este fondo general de riqueza ralentiza la industria, el comercio, los servicios, y todo gravamen a los ahorros desanima la acumulación de capital. Y eso, la acumulación de capital es lo que distingue a los países ricos de los países pobres. La acumulación de capital es lo que permite crear nuevos negocios o expandir y/o modernizar los existentes y aumentar la productividad y competitividad del país. El robo que implica los impuestos indirectos no nos hace mejores, nos hace más pobres y obliga a perpetuar el estado de pobreza de nuestros países. Por más que el Estado quiera hacernos creer que es por nuestro bien.

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